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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La campaña del miedo

Cuando se compara a Cataluña con Katanga, no se hace conocimiento, se toma a los ciudadanos por estúpidos pensando que se les pueda atemorizar con cualquier ocurrencia

Josep Ramoneda

Hijo del romanticismo, pieza articular de la construcción de las Estados nación modernos, el nacionalismo dio cohesión y fundamento a la idea de pueblo sobre la que estos edificaron su legitimidad. Ideología de emancipación en el siglo XIX, lo fue también de opresión en el siglo XX. El carácter trascendental otorgado a la idea de nación acabó convirtiendo al nacionalismo en elemento de adhesión incondicional al modo de las creencias religiosas. En la medida en que la campaña electoral catalana se ha convertido en una pugna entre los defensores de la unidad de la nación española y los partidarios de la realización como Estado de la nación catalana, el debate ha estado lleno de referencias a la irracionalidad de unos comportamientos condicionados por las emociones y los sentimientos, como si la política sólo pudiera ser racional en términos de interés económico contante y sonante.

Naturalmente, cada nacionalismo ve la paja en el ojo del otro y no ve la viga en el suyo. El españolismo va denunciando demonios nacionalistas en las periferias y nunca ve el que lleva puesto. Así, es habitual presentar al independentismo como un delirio fruto de la explotación irresponsable de los sentimientos de los catalanes por parte de unos dirigentes malvados y un aparato propagandístico a su servicio. Lo cual tiene dos problemas: no contribuye a entender la realidad de lo que pasa, entre otras cosas porque convierte en impensable que se pueda ser independentista y no nacionalista; y resulta ofensivo para aquellos ciudadanos a los que se quiere redimir, al tratarlos como personas manipuladas, incapaces de decidir por sí mismas.

Dice la socióloga Eva Illouz: “La emoción es una carga de la acción que implica al mismo tiempo cognición, afecto, evaluación, motivación y el cuerpo”. Las emociones se distinguen de los sentimientos porque son fugaces, orientadas a experiencias concretas, mientras estos son estables, forman parte del estado de una persona y, a menudo, confieren sentido a un espacio compartido. La paradoja de la campaña electoral es que los que, en nombre de la razón, pretenden ridiculizar el carácter sentimental de la peste independentista, no lo hacen aportando un proyecto político, una propuesta racional susceptible de atraer la atención de los ciudadanos, sino que recurren a una estrategia estrictamente emocional: el miedo.

En el resto de España vendemos ilusión y esperanza. Aquí en Cataluña, lo vende el independentismo”

El miedo es la principal de las emociones de esta especie precaria y vulnerable que somos los humanos. A veces ha servido para sobrevivir guardando la viña, pero otras veces ha favorecido la sumisión y la resignación a las peores formas de dominio. En vez de seducir a los catalanes, se ha pretendido asustar a lo que ellos mismos llaman mayorías silenciosa para oponerla (como si la renuncia a la palabra fuera un mérito) a la mayoría activa. En vez de describir de modo racional las ventajas y los peligros de la situación y proponer una salida en positivo, se ha descrito, por acumulación de mensajes negativos, un panorama catastrófico tan exagerado que ha perdido cualquier viso de credibilidad. Cuando se compara a Cataluña con Katanga, no se hace conocimiento, se toma a los ciudadanos por estúpidos pensando que se les pueda atemorizar con cualquier ocurrencia.

“En el resto de España vendemos ilusión y esperanza. Aquí en Cataluña, lo vende el independentismo”. Este comentario lo hizo un dirigente de Podemos para explicar las dificultades que su partido encuentra para hacerse un hueco en Cataluña. Es lo que no ha querido entender el Gobierno del PP. El miedo es una emoción muy sensible en los humanos, pero es negativa. El que lo utiliza como instrumento electoral puede que logre algunos réditos. Pero nunca conseguirá seducir a la ciudadanía y convertir un problema en una oportunidad. La gente quiere mensajes positivos, no amenazas. Las amenazas humillan, empequeñecen. Y esta es la diferencia: el independentismo ha sabido transmitir la idea de que hay una oportunidad; el unionismo del Gobierno del PP se queda en el problema, incapaz de proyectarlo en una oportunidad. El independentismo chocará con el principio de realidad (las relaciones de fuerzas) y tendrá que afinar la estrategia. El unionismo continuará instalado en la fantasía de que sólo lo legal es real y seguirá negando el problema. Esta obsesión es el verdadero punto de irracionalidad que bloquea el conflicto.

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