_
_
_
_
_

Impacto o función

"Quisiera saber si dejamos la marca del autor como mayor logro de un edificio para olvidarnos para qué sirve"

Carta de la semana: Impacto o función

Nadie duda del talento y la capacidad creativa del arquitecto Frank Gehry, pero una cosa es ser un creador de espacios maravillosos y otra es darle un significado al uso de esos espacios. Cada vez que aprecio una obra suya, es la variante de un mismo modelo, complejo en su aspecto técnico, alarde de materiales nuevos o de uso poco frecuente, pero dentro de ese hermoso envoltorio, ¿qué hay? Como ejemplo el aplaudido y acertado Museo Guggenheim, el edificio es de impacto, pero como museo deja mucho que desear: las obras no se aprecian adecuadamente, los espacios son inconexos y es tan apabullante su envoltura externa que el interior pierde toda su importancia, lo que da pie a un fuerte desequilibrio entre su verdadera función y el alarde de su hermosa belleza externa.

Veo ahora el reportaje Frank Gehry. Renacer en París en El País Semanal (12-10-2014) sobre la que supongo es su última obra, la sede de la Fundación Louis Vuitton en la capital francesa, y sin poder emitir una opinión más allá de las fotografías, quisiera saber si dejamos la marca del autor como mayor logro de un edifico para olvidarnos para qué sirve, empezaremos a valorar la obra arquitectónica a partir de su autor y no a partir de la propia obra, hecho muy frecuente en la pintura y la literatura.

Alejandro Gámez. Madrid

Tan cerca, tan lejos

En El País Semanal (5-10-2014), Rosa García, presidenta de Siemens España, nos transmite que la ebullición de la tecnología simplifica y facilita nuestras vidas. De pequeños jugábamos a cosas tan sencillas como al rescate, al escondite, a las chapas o a las canicas. Recuerdo disfrutar como nunca: reíamos mientras nos recreábamos. Cuando ahora me fijo en los niños y jóvenes con sus móviles y tabletas, no dudo que les agrade, pero pocas veces sus rostros reflejan disfrute; creo que más bien seriedad. Tengo a veces la sensación de que están como hipnotizados por tanta concentración en sus dispositivos.

Es cierto que estamos mucho más conectados, pero también lo es que el calor y la cercanía de poder charlar cara a cara, jamás lo podrá sustituir una pantalla. No pongo en duda lo práctico que resulta la informática. Se ha instaurado en todos los sectores. Pero es evidente que su existencia ha destruido muchísimos puestos de trabajo. Hacen falta y se agradecen espíritus optimistas como el de Rosa, pero mis reflexiones anteriores creo que pueden al menos matizar las bondades que ella percibe de esta sociedad tan tecnológica.

No puedo evitar cierta melancolía y siento preocupación por el mundo cada vez más automatizado y, por tanto, menos humanizado hacia el que nos dirigimos.

Miguel Rodríguez. Carranque, Toledo

 Algo que aportar

Me ha gustado el artículo de psicología, Yo, Sociedad Limitada, publicado el 28 de septiembre en El País Semanal. Coincido con el artículo en que todos tenemos algo que contar, algo que aportar a este mundo y que debemos ser nosotros mismos. El cuidado de la imagen, tanto física como psicológica, es muy importante: de hecho, nuestra imagen es una única llave que puede abrir un sinfín de puertas hacia el futuro que deseemos tener. Esto depende de cómo la proyectemos, y de nuestros resultados personales, académicos o laborales.

Sin embargo, me causa cierto malestar que los seres humanos somos excesivamente materialistas, y eso implica no aceptar a las personas tal y como son, con sus cualidades, defectos y singularidades. Este hecho me causa dolor, porque todos tenemos unas condiciones, unos defectos y unas particularidades, unos gustos y unas creencias. Sinceramente, me parece un gesto un tanto inadmisible por nuestra parte. En ese sentido, yo espero y deseo que, en un futuro, seamos una sociedad algo más tolerante, que aprendamos a aceptar al resto de la gente tal y como es: porque todos tenemos algo interesante que aportar a este mundo, y todos podemos aprender de todos.

Cecilia Busto. Avilés (Asturias)

Hay casos y casos

Admirado Javier Marías, es usted como una droga, droga dura. Cuanto más se le lee, más se le quiere leer. Ejércitos de apasionados y por ello mismo de detractores. Suelo estar muy de acuerdo con sus lúcidas opiniones dominicales. Pero en su último artículo Hasta cuándo esperan los libros (12-10-2014) no puedo estarlo, al menos no en todo. Tengo 40 años recién cumplidos y leo el suplemento Babelia desde que tengo uso de razón. Obviamente no de cabo a rabo, tal vez un 60%. Siempre he pensado que dicho suplemento era, y es, como un oasis en el desierto. Vaya, una maravilla. Cierto, con carencias y muchos sobrantes.

Estoy a favor de su crítica, sobre todo por ser una hecha directamente a la mano que le da de comer, por así decirlo. Es decir, no siempre se barre para casa. Eso mola. Pero, me sabe mal que “se cargue” el suplemento literario de los sábados, algo de lo que estoy seguro, muchos ciudadanos abren, hasta impacientes y como diría Vicent: con las tostadas en la mesa y sin haberse servido aún el café. Bueno a mí me pasa, y en todo caso me basto para reivindicar su utilidad, valor y necesidad en un mundo donde leer el periódico y aun distanciándose de los asuntos que trata, da bastante grima. Al coger Babelia sabes de antemano, aunque no por completo, que la dicha está servida. Sin más, hubiera agradecido un pelín de compasión (no tirar a matar). Tal vez el tono. De alguna manera, o de muchas, se lo debemos a Babelia. ¿No cree usted?

Elio Colen mirete. Barcelona

En el limbo de la ignorancia

Estimado señor Marías: con respecto a su artículo Hasta cuándo esperan los libros (12-10-2014) ha habido un detalle que no ha podido por menos que hacerme gracia, y es cuando comenta textualmente que “de Moby Dick, por ejemplo, se imprimieron menos de tres mil ejemplares en 1851, y a la muerte de Melville, en 1891, era un título inencontrable, al que gran parte de la crítica había puesto verde”. Lo comenta como algo lamentable, y no puedo por menos que sonrojarme por la situación actual.

Soy un escritor de género fantástico, y para la mayoría de los autores de nuestro mundillo, llegar a publicar tres mil ejemplares es un milagro y un éxito rotundo. Si el desdichado escritor ya en concreto se dedica, dentro del fantástico, a la ciencia-ficción, suerte tendrá si llega a quinientos. La mayoría de estos títulos en España desaparecen sin rastro apenas uno, dos años después de ser publicados. Todo ello, paradójicamente, a pesar de que muchas películas de este género aportan beneficios millonarios, e incluso las producidas en España alcanzan, si no magros ingresos, al menos alguna notoriedad.

Con respecto a las críticas, muchos de mis conocidos se morirían de ilusión tan sólo ante la idea de que alguien les criticara, bien o mal; de sentirse, en definitiva, fuera del terrible limbo de ignorancia y desconocimiento que es escribir este género, en España, en el año 2014.

En mi mundillo hay excelentes moby dicks esperando una oportunidad. Al leer su artículo, no sólo me he entristecido al ver cómo incluso entre géneros literarios hay grandes diferencias; también he comprendido que, al igual que está ocurriendo con la crisis en otros sectores, lo que para otros antes era horrible, ahora resulta incluso envidiable.

Miguel Á. López, ‘Magnus dagon’. Correo electrónico

La diferencia

Como viene siendo habitual, Rosa Montero da pie a la reflexión, esta vez en su artículo del 12 de octubre, De los astronautas a las sanguijuelas. Nos cuenta Rosa historias sobre los primeros satélites artificiales e instantáneamente, evocamos nuestros propios recuerdos, como aquel teniente de la Infantería de Marina que tenía controlados los horarios y las trayectorias de los satélites, y en las noches de guardia nos decía el nombre de aquellas estrellas que se movían. Nos habla también de la llegada del hombre a la Luna, ¡televisada! Teníamos la sensación de que el progreso era imparable, la humanidad podría conseguir todo lo que se propusiera, íbamos a entrar en los “felices setenta” y el futuro espléndido estaba al alcance de la mano. Luego apareció el bajón de 1973 con la primera crisis del petróleo, pero aquí, en España, comenzamos en ese mismo año la increíble Transición con aquellas candidaturas unitarias y democráticas que coparon la representación sindical en las empresas. Luego se hizo la Transición política, que fue una época en la que todos los días sucedía algo y siempre para avanzar.

Tiene razón Rosa Montero cuando dice que aquello era optimismo de verdad, que mirar a las estrellas y librarnos de los antiguos traumas políticos era una puerta abierta al futuro, por supuesto más feliz y mejor que lo que quedaba atrás. Concluye el artículo con la constatación de que hemos perdido el optimismo, que el futuro ya no es esplendoroso, que el objetivo es sobrevivir y si para ello hay que abrirse camino a codazos lo haremos. Termina Rosa con : “Hoy nos revolcamos en pequeños charcos de lodo como sanguijuelas hambrientas de sangre”. Pero Rosa también nos dice en una de sus novelas: “Esperanza, pequeña luz que se enciende en la oscuridad del miedo y la derrota, haciéndonos creer que hay una salida”. Yo digo : busquemos esa luz, pues ahí está el futuro.

Alberto Fernández. Marbella

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_