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Tribuna
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Ciencia, optimismo e independencia

Una drástica reducción de recursos puede destruir equipos de investigación que se ha tardado décadas en consolidar

No me salen las cuentas. Dudo que los beneficios de dejar de contribuir solidariamente a la igualdad de oportunidades en el conjunto de España (conviene no utilizar eufemismos después de tanta declaración de amor universal) compensen el coste de las nuevas estructuras de Estado, la reducción de los relaciones comerciales con el resto de España y sobre todo la micro o macro desconexión con Europa. Además habría que repartir numerosos activos y pasivos (deuda, pensiones, etc. Promover una secesión unilateral por parte de una región rica en uno de los grandes países de la Unión Europea no va a ser popular de puertas afuera. Por ello, aunque hubiera un arbitraje europeo, dudo mucho que la posición catalana en esa hipotética negociación fuera de fuerza, y no es descartable un resultado a lo Tsipras que hipotecase las finanzas catalanas por un largo periodo de tiempo. Esto parece ciencia-ficción, pero sobre todo debería hacer reflexionar a todo aquel que no sea un romántico independentista o no tenga una buena alternativa profesional fuera de Cataluña, por si acaso la arcadia fuera en blanco y negro.

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La independencia es un activo de dudosa e insolidaria rentabilidad y sobre todo mucho, mucho riesgo. Pero lo que tiene la incertidumbre es que no pone límite a mi pesimismo, ni al optimismo de los independentistas. Mi posición es contraria a la independencia por razones fundamentalmente ideológicas y éticas, y seguro que esto me hace ser más pesimista sobre la viabilidad económica de la misma. Supongo que habrá independentistas que piensan de buena fe que en el futuro Estado catalán habrá menos corrupción, se tomaran mejores decisiones y habrá mejor gobernanza. Aunque esto me puede parecer como mínimo ingenuo —dada la experiencia de autogobierno en Cataluña y a la vista de los casos de corrupción que conocemos— las hipótesis sobre el futuro lo soportan todo. Como diría Schrödinger, no es un suceso de probabilidad cero. Cuando evaluamos un entorno tan incierto, es inevitable que nuestro juicio este condicionado por nuestras posiciones emocionales o políticas. Aunque nunca estaremos exentos de subjetividades, si fuéramos más modestos y evaluásemos las consecuencias de la independencia en nuestro entorno, en la actividad que realizamos cada uno, el debate se enriquecería. Yo soy investigador y voy a intentar hacer ese ejercicio con la ciencia en Cataluña.

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Cataluña ha realizado una gran apuesta estratégica por ser un lugar de referencia en la ciencia en Europa. Este esfuerzo comienza a dar sus frutos. Cataluña ha sido una de las regiones europeas con mayor número de “ERC grants”, que es un buen indicador, por ser esta una de las becas científicas más prestigiosas que se conceden en Europa. La pregunta está servida, ¿Cómo afectaría la independencia a la ciencia catalana? Aunque muchos investigadores catalanes lo sean, yo creo que si la ciencia catalana tuviera voz, no sería independentista. La razón es sencilla, la ciencia depende fundamentalmente del capital humano y del talento, e inevitablemente mucha gente valiosa se marchará. Los procesos de construcción nacionales pueden provocar entusiasmo a los convencidos, pero generan —al menos— incertidumbre en los agnósticos. Perder talento de aquí no hará más fácil atraerlo de fuera; el talento va donde está el talento. Más aún: hasta los más militantes admiten que en el corto plazo la independencia generaría costes importantes, pero el problema es que la ciencia no puede esperar al largo plazo. Ahora estamos en una situación económica difícil y una drástica reducción de recursos, aunque fuera por un corto periodo de tiempo, puede destruir equipos de investigación que se ha tardado décadas en consolidar.

Cataluña ha tenido capacidad de autogobierno para diseñar un modelo  propio, que le ha permitido competir con éxito con otras regiones europeas

La ciencia requiere además de contactos, de redes, de un intercambio constante de conocimientos que muchas veces se canaliza a través de conferencias, y asociaciones científicas. Es cierto que estas redes son en gran medida internacionales, pero también lo es, que con la independencia se romperían muchos lazos valiosos y se daría un golpe importante a instituciones científicas nacionales que todavía hoy desarrollan un importante papel.

Pero demos la vuelta al argumento, si la ciencia catalana es un modelo de éxito a nivel nacional y europeo, es que no todo se ha hecho mal. Cataluña ha tenido suficiente capacidad de autogobierno para diseñar un modelo de ciencia propio, que le ha permitido competir con éxito con otras regiones europeas. Además, en el campo de la ciencia es más discutible que exista déficit fiscal. Muchos recursos se asignan competitiva y meritocráticamente a nivel nacional. La producción científica de Cataluña (como la de Madrid) es superior a su peso poblacional o económico, y por lo tanto, también lo es el número de becas y proyectos que se reciben. Esto ha permitido enriquecer Cataluña con talento de toda España, porque detrás de una beca Ramón y Cajal no solo hay recursos económicos sino también un científico valioso que va a enriquecer todo el sistema.

Reducir los mercados y las redes de intercambio y
levantar nuevas fronteras no son buenas noticias
para la productividad

En definitiva, se puede discutir que los costes y riesgos que se apuntan son de mayor o menor magnitud, pero todos van en la misma dirección: la independencia no sería una buena noticia para la ciencia en Cataluña. No les aburriré con un párrafo sobre la importancia de la ciencia en el crecimiento económico, pero si insistiré en mi temor de que un análisis así se reproduciría en muchísimos sectores. Reducir los mercados y las redes de intercambio y levantar nuevas fronteras no son buenas noticias para la productividad.

Envidemos a la grande, ¿Por qué no exportar el diseño institucional que ha funcionado en ciencia para Cataluña a otros ámbitos para revertir la crisis política en el que nos encontramos? Dudo que terceras vías con blindajes de competencias y más recursos para Cataluña tengan éxito. La solución a esta encrucijada debe venir por un cambio institucional, que no solo seduzca a una gran parte de Cataluña, sino que se vea como una oportunidad y no como una cesión por el resto de España. La clave para que un modelo de ciencia funcione es la rendición de cuentas, y asignar los recursos de manera competitiva y meritocrática. Como el optimismo no es monopolio de los independentistas, con la ayuda de Schrödinger, yo espero que tras el periodo electoral, seamos capaces de revisar nuestras instituciones, la educación, las decisiones de inversión, etc… bajo estos principios. Cataluña y todos nos beneficiaríamos de este cambio de rumbo institucional, y tal vez entonces, sería más evidente que mantenernos unidos, además de deseable en términos de convivencia, es una mejor estrategia económica.

Juan José Ganuza es catedrático de Economía y Empresa de la Universidad Pompeu Fabra.

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